Tengo un hijo, pero sigo siendo infértil

Existe la idea errónea de que tener un hijo después de la infertilidad significa que toda la situación se ha resuelto. Ahora que tienes un bebé en brazos, te has curado y puedes seguir adelante con tu vida. Eso no podría estar más lejos de la realidad.

Nunca olvidaré el día en que una amiga y yo estábamos comiendo en un restaurante cercano. Llevaba unos cuatro años de infertilidad y acababa de fracasar mi tercera inseminación intrauterina (IIU). Mientras daba un sorbo a mi Coca-Cola, le conté los detalles y le confié que no estaba segura de que fuera a funcionar. Ella se inclinó hacia mí y me dijo con confianza: "Lo hará. Tendrás a tu bebé y todo esto será un recuerdo lejano".

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Tenía razón en una cosa: tuve un bebé. Mi hija finalmente llegó a nosotros después de que fracasaran nuestras tres siguientes fecundaciones in vitro (FIV) y el primer ciclo de óvulos de donante. Finalmente llegó a nosotros después de 50.000 dólares de préstamos médicos y ocho meses de inyecciones diarias de anticoagulantes. Valió la pena cada céntimo (y cada inyección en mi estómago). Para la gente de fuera, hemos vencido a la infertilidad y tenemos a nuestra hija milagrosa. Ahora podemos pasar al siguiente capítulo de nuestra vida.

Pero mi infertilidad no es un recuerdo lejano. No está resuelta. Y sigue fastidiando mi vida hasta el punto de necesitar terapia y escribir artículos sobre ella como éste.

Cuando nació mi hija, creí que mi corazón estallaría. Durante mucho tiempo, ella fue la única motivación para seguir adelante, para hacer esa segunda FIV después de que la primera terminara en un aborto espontáneo. Para tomar la decisión de dejar de usar mis propios óvulos y recurrir a una donante. Dar el salto de fe y viajar a través del país a una clínica que tenía un cierto atractivo que mi propia clínica no podía ofrecer. Y tener la fuerza para hacer ese último ciclo antes de que se agotaran nuestros fondos para tener un bebé. Aunque en aquel momento no conocía a mi hija como la personita en la que se convertiría, sabía que estaba ahí fuera si me arriesgaba con ese último tratamiento de fertilidad. Vino al mundo hace casi tres años y mi vida es infinitamente mejor ahora que está aquí.

Pero todos los meses me viene la regla. Todos los meses, mi marido y yo mantenemos relaciones sexuales con imprudencia y sin anticonceptivos. Y cada mes, mi periodo sigue llegando, como un reloj cada 25 o 28 días, como un dedo medio gigante. Nunca me he quedado embarazada por el sexo. Probablemente nunca lo estaré.

Así es como puedo tener un hijo que he anhelado, durante tanto tiempo, y seguir siendo infértil.

Mi viaje no ha terminado, porque nuestra familia aún no está completa. Enfrentarse de nuevo a los tratamientos de fertilidad es tan duro como la primera vez. Sí, mi hija suaviza el golpe. Con el tiempo, puedo aprender a estar bien como familia de tres, en lugar de la familia de cinco que había decidido antes de saber que tener un bebé no iba a ser fácil para mí. Pero quiero que este próximo tratamiento funcione. Quiero que mi hija tenga un hermano y quiero volver a estar embarazada.

A medida que se acerca nuestro próximo ciclo, no puedo evitar sentir esos viejos sentimientos de infertilidad: los celos, la ira, la frustración. La mayoría de la gente ve mi éxito en la forma de mi hija y no se da cuenta de que mi viaje de infertilidad está lejos de terminar. No poder tener el tamaño de familia que imaginaba por culpa de mi defectuoso sistema reproductivo es descorazonador. Es injusto y me hace sentir perpetuamente defectuosa.

La infertilidad te roba tus opciones, te roba tus planes de vida, y mientras todo el mundo a mi alrededor está concibiendo con una botella de chardonnay, yo estoy haciendo planes para volar de vuelta al otro lado del país a nuestra clínica para que un equipo de personal médico me transfiera uno de nuestros tres embriones restantes al útero. Mientras todos los que me rodean están aumentando su familia, yo estoy esperando y rezando para tener la oportunidad de hacerlo, todo de nuevo.